El placer de viajar

Como ya anticipé en respuesta a un comentario, tenía pensado publicar un post algo más "personal" y participativo, pero aunque está muy bien planificar, también lo está improvisar. 

Así que, siguiendo la sugerencia de un comentarista Anónimo, voy a publicar un post también personal, relativo a mi reciente viaje a Cork, toda una aventura...

En primer lugar, visitamos los acantilados de Moher (en inglés: Cliffs of Moher), una auténtica experiencia, un regalo para los ojos de parte de la madre Naturaleza.

En Blarney Castle, besé la "piedra de la elocuencia", en lo alto del castillo. Según cuenta la leyenda, besando la piedra se obtiene ese don. Había que hacerlo de una manera especial, mientras un trabajador del sitio te sujetaba. Démosle el beneficio de la duda, y si notáis algo pues ya me lo decís, please.

El don de la riqueza, en cambio, se conseguía en Rock of Cashel abrazando una estatua (esto lo contó el guía...). Yo por si acaso la cogí virtualmente, ya que no es posible acceder a ella. Si véis que en breve vuelvo a viajar, aquí ya no hace falta que me digáis nada...

En Cobh, después de una mañana con un poquito de viento,  viví una recreación de lo que sucedió con el Titanic antes de partir por última vez. Se asignaban aleatoriamente "tarjetas de embarque", y en suerte me tocó ser Mrs.Lillian Minihan, de 37 años, que viajó con su marido y su hija en primera clase y que sobrevivió al naufragio.
 

En el propio Cork, visitamos el English Marquet donde menudos puestos había. Para mí el premio a la originalidad se lo llevó el del chocolate. Os juro que el zapato parecía real.

También hicimos migas con el vendedor de quesos (al que mareamos no os podéis imaginar de qué manera), dejándonos probar toda clase de quesos.

Visitamos, de casualidad, ya que simplemente andábamos por la calle, una vieja tiendecita artesana de caramelos (dónde, por supuesto, como me gustan algo más que mucho, cargué). 
El dueño posó amablemente conmigo.

También de pura casualidad nos colamos en una charla-coloquio en la University College Cork, que de nuevo casualmente daban dos chicos valencianos.

Y como dato anecdótico diré que uno de ellos (el de la izquierda en la foto, el de la barbita), en plena charla, al leer un fragmento de un libro en catalán, los nervios le traicionaron y continuó hablando en catalán, para deleite mío ya que entonces le entendía todo perfectamente, hasta que se le hizo la observación (también en catalán).

Tomé alguna que otra "Guiness" (eso sí, con "blackcurrant"=grosella negra) en los típicos pubs irlandeses, con música en directo. Hubo una noche en la que actuó una sensacional pareja de baile, it was amazing!

Of course, hubo tiempo para algunas compras y, como no, algunas de ellas las hice a pares, ¿hace falta que diga para quiénes...?

  Y ya en Dublín, el día de vuelta, visita obligada a la estatua de Molly Malone.

En resumidas cuentas, he vuelto cargada (además de posibles dones, caramelos y demás), de intensas emociones y con ganas de aprender, más todavía. 

Aunque yo no entendiera bien, he hablado inglés lo que no imaginaba, he reído hasta llorar y he conocido a excelentes personas (my best regards for L. y M.J.).

L. nos salvó de muchos apuros con su alto nivel de English, y cuando volví a casa me venía a la cabeza la frase que le oí decir varias veces: "¡qué bonica es la vida!" . 
¿Y qué decir de M.J.?  no he visto persona que se preocupara más por todo y tod@s, hasta el punto de abrocharte la chaqueta cuando hacía más frío del normal.

Ahora siento añoranza, y aunque básicamente no me gusta añorar porque me entristece, añorar es señal de que fue bueno todo y que todo marchó más que bien.

Me quedo con la frase que figura como cabecera en una preciosa tienda del mercado:

Y comparto con vosotr@s esta imagen que, estando allí, me envió uno de los viajeros.

Bye!