30/10/2020

Para ti, papá ♥


 

Este año, como muchos sabéis, tengo muy abandonado el blog y siempre que dejo pasar tiempo, al final no sé cómo volver... Sin embargo, hoy me apetecía retomarlo para hablaros de mi padre y dedicarle este post.
Desde hace 21 años tenía un gran temor, un temor que no podía medir de lo enorme que era y que el 16 de octubre de 2020, hace justo dos semanas, se materializó. Este día, a las once de la mañana, mi padre falleció. 
Si me remonto a esos años atrás es porque entonces, por primera vez en mi vida, vi realmente la posibilidad de quedarme algún día sin su presencia: cuando le operaron del corazón a vida o muerte. 
El médico que le intervino no estuvo muy afortunado al decirle: "Le hemos regalado 15 años de vida", porque a él se le quedó grabado a fuego hasta el punto que creía que ya estaba viviendo "de prestado". Recuerdo que en aquella época mis días eran grises: no sabíamos lo que nos depararía el futuro, y yo no podía dejar de llorar. 
Ahora... lo mismo, con la diferencia de que mi padre ya no está y los días pasaron a ser negros.

Mi padre ha sido, es y será mi modelo a seguir en la vida. Sé de sobra la clase de buena persona que era, pero cuando oigo palabras referidas a él, en boca de quienes lo trataron (amigos, vecinos, médicos...), me enorgullezco y me digo: "Qué papá más grande he tenido".

Jovial, enérgico, emprendedor, servicial, juicioso, leal, coherente, honesto, educado, afectuoso, decidido, un poco incrédulo, amable, práctico, espléndido hasta el infinito, aseado, resolutivo, detallista, ahorrador, impaciente, muy agradecido, trabajador infatigable, sentimental, enemigo de los chismes, justo, sentenciador, "manitas", autodidacta, ordenado, sufridor, de buen comer, puntualísimo en exceso, cómodo, autosuficiente, temperamental, goloso, franco, impetuoso, tradicional, humilde, amante de la naturaleza y de los animales, pero sobre todo y por encima de todo, amante de su familia, amigo de sus amigos y valiente, muy valiente, como dijo mi hermana Isabel al finalizar los actos fúnebres y agradecer la presencia de todos los que nos mostraron sus condolencias al venir a despedirse de él. Fueron muchos, por lo que -en los tiempos que corren-, las palabras se quedan cortas.

Hablando de palabras, hay muchas que ÉL decía y que ahora intentamos recopilar. Con algunas sonrío, como cuando me llamaba "moza" siempre que servía la mesa. Con otras lloro, como cuando a diario, al salir de casa, me decía: "Ves en cuidao".
Llenaba mucho, siempre aportando, siempre opinando y, sobre todo, no dejando a nadie indiferente. Discutíamos también, la verdad es que por nimiedades, y puedo asegurar que en el cien por cien de las ocasiones me llamaba rápidamente por teléfono para disculparse, y en el cien por cien de las veces yo hacía como si no hubiera pasado nada.

Y sí, ha sido muy valiente, porque nada ni nadie le ha impedido -tanto antes como después de la operación-, vivir la vida de forma plena, la vida que eligió formando una hermosa familia -en la que ahora me sostengo-, junto a sus animales de compañía (los perritos bretones White y Dark, y sus adorados canarios).

Por cierto, que sepas, papá, que tu hijo Vicente se los ha regalado todos a tu amigo Miguel. Bueno, todos menos uno amarillo -tu color favorito-, que me he quedado yo, y al que tus nietos mellizos, Manel y Miquel, han bautizado "Verdi". No está mal el nombre, "entona" bien...

Has tratado a la mamá mejor que a una reina y los dos habéis hecho que mis hermanos y yo creciéramos entre algodones -lo he dicho infinidad de veces-. Recuerdo que premiabas nuestras notas del colegio llevándonos a la librería "Juancho" a comprar cuentos y que satisfacías todos nuestros típicos caprichos de niños. De jóvenes, nos esperabas despierto en el sillón las noches que salíamos de fiesta, y hasta nos buscaste un piso en Valencia para que fuéramos a la universidad a fin de estudiar las carreras que tú no habías podido cursar porque tus padres -nuestros abuelos- eran panaderos y pobres. Eran más buenos que el pan que hacían pues, en tiempos de postguerra, lo fiaban y nunca llegaban a cobrar. Y tú saliste a ellos. Si hasta quisiste acompañarnos en nuestros primeros días de trabajo, no fuese que nos perdiéramos... 

Decía antes que fuiste autodidacta porque, sin haber ido al colegio -ya que les ayudabas a ellos en el horno-, aprendiste solo a leer y escribir, y así fue como llegaste donde llegaste. Hasta el final de tus días, con la edad que tenías, manejaste el ordenador en tu despacho de casa -del que mis hermanos me han hecho "legataria"-, donde guardabas tus fabulosas colecciones de billetes, monedas y sellos, y donde llevabas todas las cuentas, además de tus particulares hojas Excel con los datos de los canarios. Digo ordenador como también digo tu tablet, donde nos pedías que te "arregláramos" cosas. La mamá siempre me decía por lo bajo: "No hay nada peor que querer y no saber"... Pero tú querías, aprendías y sabías. Y eso hizo posible que, durante mi viaje a Japón -el pasado año-, intercambiáramos mensajitos, cosa que te parecía "bruixería"
Eras un padrazo. Menudos viajes en familia hicimos, donde dejabas claro antes de salir:  “Está tot pagat”, y siempre a lo grande. Te hacía tan feliz vernos felices a todos... 

Al hacerte mayor nos tocaba a nosotros cuidarte, y yo lo hice tanto como pude y dejaste -también digo que no fue fácil que nos lo permitieras-. Te daba besos a diario y cuando te decía que estos curaban, me contestabas: “Ojalá, àngel”. 

Si algo guardo en mi corazón, como un tesoro secreto, son las profundas conversaciones que manteníamos en tus esporádicas estancias en el hospital, donde te hacían una "puesta a punto". Pero en tu último ingreso hospitalario, hace poco más de un mes, pude comprobar lo frágil que te habías vuelto y se apoderó de mí una inmensa sensación de ternura, por ti y tus cosas. Más aún, de preocupación, pues no saliste tan reforzado como otras veces. 

Llegamos a celebrar mi cumpleaños el día 5, con mucha alegría, y dijiste eso que tanto repetías cuando estábamos todos juntos: "Xa, quina festa!". Jamás pensé que iba a ser el último contigo.

Nos querías tanto que quisiste evitar que sufriéramos viéndote partir -como te pasó a ti con tus padres y tu querido hermano-, pero no lo conseguiste. Lúcido como eras y como estabas hasta tu último latido, sabes que estuvimos a tu lado.
Te he de decir que dos días antes de que esto sucediera, yo sufrí una desazón indescriptible que alguien después me ha dicho que igual era por la conexión que teníamos. No sabría explicarlo: no es que tuviera el presentimiento de que tu final estuviera tan cerca, ni muchísimo menos; era una sensación extraña, la misma que tuve esa última mañana en que la mamá me llamó para decirme que no te encontrabas bien. Me dejé el trabajo y cuando llegué a casa ya estaban allí mis hermanos. Entré en tu habitación pero tú solo querías dormir, te tomé de la mano y te dije que también íbamos a salir de esa.

Cuando llegó la médico de urgencias a la que avisé, creía -ingenua y sinceramente lo digo- que venía a “sacarnos de esa". Lo cierto es que poco margen de maniobra le dejamos al estar todos abrazados a ti. Como primogénita tuya, saqué la fortaleza que en el día a día no tengo y cogí el timón, te dije que te queríamos y que eras el mejor padre del mundo. Llegaste a asentir con los ojos. Sin embargo, cuando escuché que la doctora (que intentaba encontrarte el pulso), dijo: "Creo que Vicente se nos ha ido"... algo en mi interior se rompió, y a partir de ahí ya no pude distinguir de quién eran las lágrimas que había en tu rostro, si tuyas o mías. 

Siempre pensé que no sabría vivir sin ti pero lo que realmente no sé es cómo integrar tu ausencia en mi día a día. Nos has dado una lección magistral, no solo de vida sino también de muerte.

Te quiero hasta el infinito. Descansa en paz, papá.