A Fede, con tan solo ocho años, le tocó ejercer de padre de una familia formada por una madre un tanto desvalida, un hermano con una ligera discapacidad provocada por una deshidratación al nacer y una hermana que, viendo el carácter blando y resignado de su madre, adoptó este rol.
Su padre, panadero de profesión, un mal día empezó con dolores de espalda que, lógicamente, achacaba a su trabajo pero que resultó ser un cáncer que se lo llevó en apenas un par de meses.
Por si fuera poco, su hermano discapacitado sufrió abusos por parte de un depravado durante las fiestas del pueblo, siendo Fede testigo directo de los hechos.
Cuando ingenuamente le contó a su madre lo que había visto y escuchado, ésta lo cogió en volandas de la mano y se lo llevó corriendo al cuartel de la Guardia Civil a declarar cosas que, a todas luces, eran impropias para un niño de su corta edad.
Pero todo aquello a Fede le hizo crecer. Pegó un estirón en todos los sentidos. Todo lo que tenía de guapo lo era también de espabilado y compaginaba a la perfección su afán de proteger a todos con sus estudios.
Por si fuera poco, su hermano discapacitado sufrió abusos por parte de un depravado durante las fiestas del pueblo, siendo Fede testigo directo de los hechos.
Cuando ingenuamente le contó a su madre lo que había visto y escuchado, ésta lo cogió en volandas de la mano y se lo llevó corriendo al cuartel de la Guardia Civil a declarar cosas que, a todas luces, eran impropias para un niño de su corta edad.
Pero todo aquello a Fede le hizo crecer. Pegó un estirón en todos los sentidos. Todo lo que tenía de guapo lo era también de espabilado y compaginaba a la perfección su afán de proteger a todos con sus estudios.
Pasado un tiempo, su hermana se casó y también fue madre de una preciosa niña con quien Fede se volcó; no en balde era su primera sobrina y sentía por ella verdadera adoración.
La cuidaba siempre que hacía falta ya que su madre (abuela de la niña) andaba siempre por la iglesia del barrio donde escuchaba misa, leía y rezaba por todos, colaboraba en las ofrendas y hablaba con las monjitas de clausura que allí se encontraban congregadas detrás de unas rejas.
La cuidaba siempre que hacía falta ya que su madre (abuela de la niña) andaba siempre por la iglesia del barrio donde escuchaba misa, leía y rezaba por todos, colaboraba en las ofrendas y hablaba con las monjitas de clausura que allí se encontraban congregadas detrás de unas rejas.
La pobre mujer, por quien verdaderamente sentía auténtico pesar era por su hijo mayor, el de la discapacidad, logrando que ésta se le reconociera oficialmente a base de subirse a muchos autobuses y rellenar toda clase de papeles ininteligibles para ella. Por otra parte, consiguió también que el niño no quedara quieto en casa. Tanto fue así que, con el tiempo, en unos talleres de agricultura para niños con el mismo problema que el suyo, el chaval conocíó a una chiquilla de la que empezó a ser su novio.
Y mientras Fede velaba por todos: por su madre (que siempre estaba en la iglesia), por su hermano (que siempre estaba con su novia), por su sobrina (ya que su hermana siempre estaba trabajando).
Era ejemplar la dedicación que un niño de su edad ejercía sobre todo y todos. Sus ambiciones tampoco eran cortas pues se propuso estudiar Medicina cuando fuera mayor a fin de poder curar enfermedades como la que le arrebató a su padre.
Pero con el tiempo empezó a faltar a clase. Alegaba que tenía que cuidar de su sobrina o acompañar a su madre a algún lugar. Después de muchas pesquisas todo apuntaba a que padecía bullying en el colegio. Sus notas empezaron a bajar y estaba siempre irascible.
Hoy su madre ha recibido una nota de la tutora: en el colegio se ha descubierto que es él quien lo ejerce sobre otros niños, que ha sido visto hurgando en mochilas ajenas en la hora del patio y, por si fuera poco, también ha sido denunciado por un vecino que vio desde su ventana cómo rayaba su coche junto con otro chaval.
Nadie de los que le conocen da crédito ya que su conducta siempre ha sido impecable. Todos le preguntan pero su hermetismo al respecto ha sido absoluto hasta que Ana, la psicopedagoga del centro en el que estudia, ha logrado sonsacarle esto: si siendo buena persona todo a su alrededor anda mal, cree que actuando a lo loco y sin escrúpulos, igual ruedan mejor las cosas. Su mentalidad de niño no alcanza a verlo de otra forma.
Con buen criterio, la terapeuta dice que necesita descargar las "piedras" de la pesada mochila que carga en sus espaldas y que está arrojando sin más y por doquier, y a su vez precisa llenarla de mimos, risas, amigos, juegos y, por supuesto cariño por parte de los que le quieren pero que, inmersos en sus problemas diarios, prescinden de hacérselo saber.
Y es que mostrar amor a un niño debiera ser tan importante como saciar el hambre o las ganas de dormir.
Pero con el tiempo empezó a faltar a clase. Alegaba que tenía que cuidar de su sobrina o acompañar a su madre a algún lugar. Después de muchas pesquisas todo apuntaba a que padecía bullying en el colegio. Sus notas empezaron a bajar y estaba siempre irascible.
Hoy su madre ha recibido una nota de la tutora: en el colegio se ha descubierto que es él quien lo ejerce sobre otros niños, que ha sido visto hurgando en mochilas ajenas en la hora del patio y, por si fuera poco, también ha sido denunciado por un vecino que vio desde su ventana cómo rayaba su coche junto con otro chaval.
Nadie de los que le conocen da crédito ya que su conducta siempre ha sido impecable. Todos le preguntan pero su hermetismo al respecto ha sido absoluto hasta que Ana, la psicopedagoga del centro en el que estudia, ha logrado sonsacarle esto: si siendo buena persona todo a su alrededor anda mal, cree que actuando a lo loco y sin escrúpulos, igual ruedan mejor las cosas. Su mentalidad de niño no alcanza a verlo de otra forma.
Con buen criterio, la terapeuta dice que necesita descargar las "piedras" de la pesada mochila que carga en sus espaldas y que está arrojando sin más y por doquier, y a su vez precisa llenarla de mimos, risas, amigos, juegos y, por supuesto cariño por parte de los que le quieren pero que, inmersos en sus problemas diarios, prescinden de hacérselo saber.
Y es que mostrar amor a un niño debiera ser tan importante como saciar el hambre o las ganas de dormir.