Con la mano en alto el policía hizo que detuviéramos el vehículo; era hora punta y trataba de regular el tráfico.
Pensé que íbamos a llegar tarde al concierto de violonchelo de mi amiga, pero tú, que pareciste darte cuenta de mi nerviosismo, me diste un ligero toquecito con tu mano derecha en mi pierna.
Cuando ya fue la hora y el director del concierto movió la batuta, mi amiga empezó a tocar y me emocioné porque sabía lo mucho que le había costado aprenderse esa pieza de Schubert. Fue entonces cuando te apresuraste a secar con tu mano izquierda una lagrimilla que se me escapó.
Cuando salimos, me preguntaste si me apetecía tomar algo. Yo asentí con la cabeza mientras apartabas con tu dedo índice y mucha delicadeza un mechón de pelo que caía sobre mi cara.
Ya en el local de copas, alzaste tu mano derecha y el camarero acudió muy presto y nos preparó unos cócteles agitando la bebida dentro de un recipiente con las dos manos y una energía asombrosa. Con su mano izquierda (se notaba que no era diestro) colocó en mi copa un adorno.
El sitio se fue llenando de gente y acabamos sentados en unos taburetes, al final de la barra, en una esquina bastante acogedora.
El ambiente era delicioso, la iluminación era la justa, sonaba "Only if" de Enya de música de fondo y, en un momento de despiste mío, sentí que una mano tuya, no sabría esta vez decir si derecha o izquierda, buscó una de las mías.