Me llaman ilusa porque me dejo engañar con facilidad y tiendo a hacerme ilusiones sin fundamento, pero creo que simplemente soy alguien que se pasa la vida esperando.
Por ejemplo, me alimenta la esperanza de escuchar alguna palabra de agradecimiento o, aunque sea, algún pequeño indicio del mismo cuando tengo algún detalle con alguien; anhelo un perdón por el tono agresivo con el que se me habló, o que me musiten un "ya pasó" después de aquella fase convulsa que hubo en mi relación y por la que me disculpé.
Soy alguien que espero pacientemente que me envíen ese texto que me dijeron que me enviarían, que me comenten aquel que envié yo o que, por lo menos, me mencionen en algún asunto en el que algo tuve que ver.
Me esfuerzo por llegar siempre a tiempo pero también me gusta que los demás lo hagan.
También soy de las que confía en que ese vecino que no me habla cambie de parecer en algún momento así como que, al cabo de unos días de fallecer un amigo, me pregunten cómo estoy.
Me ilusiona abrir algún regalo por Reyes, recibir una rosa por San Valentín o una felicitación por mi cumpleaños.
Algunas veces me encandilan simples nimiedades como: que me devuelvan una llamada, que suene una voz amable al otro lado del teléfono, que me digan lo buena que estaba la tarta que hice con cariño o que me noten un cambio en el peinado.
Me fascina que se anticipen a mis deseos, que llegue rápida una reconciliación tras un enfado o que se reanude aquella conversación tan interesante que se quedó a medias.
Sin embargo, en otras ocasiones, se trata de cosas de más enjundia: sueño con que nunca se marchen los míos (o aquellos a los que quiero), y fantaseo con que se cumpla la promesa que me hicieron un día al regalarme medio corazón de madera y que, desde hace años, guardo en mi joyero.
Pensándolo bien, igual deberían desdoblar en el diccionario la acepción que hay de la palabra "ilusa" y figurar mi nombre en una de ellas.